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martes, 5 de mayo de 2009

LA EXPIACIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO



Antes de tratar directamente sobre la expiación del sacrificio de Jesucristo, es bueno que entendamos que la expiación no fué una solución del última hora de parte de Dios para solucionar un problema que no había previsto. La Biblia nos enseña que el plan de salvación fué elaborado en la mente de Dios en la eternidad. De antemano Dios había previsto la caída del hombre y de antemano ya tenía prevista la solución. Estudie los pasajes siguientes: Éxodo 12:3-6; 1Pedro 1:19-20; Tito 1:2; Efesios 1:4; Hechos 2:23.

La expiación fue preordenada en la eternidad, prefigurada simbólicamente en el ritual del A. T. y cumplida históricamente en la crucifixión de Jesús, cuando el propósito redentor de Dios fué concluido: “Consumado es”. En el bautismo se escucharon las siguientes palabras: “Este es mi hijo amado en el cual tomo complacencia”. Estas palabras fueron tomadas de dos profecías: la primera declaraba la deidad del Mesías y su dignidad de Hijo. (Salmo 2:7), mientras que las segunda describe el ministerio del Mesías en calidad de siervo del Señor (Isaías 42:1). El siervo revelado en esta profecía es el siervo sufriente de Isaías 53. Tanto en su bautismo como en la tentación, Jesús estaba consciente de que el sufrimiento y la muerte eran parte de su llamado. El siervo del Señor de Isaías 53 debía ser contado con los transgresores; su bautismo debía considerarse como el gran acto de comunión amorosa con nuestra miseria, puesto que en esa misma hora se identificó con los pecadores, y así, en cierto sentido, comenzó su obra de expiación.

Durante el transcurso de Su ministerio y en muchas ocasiones el Señor se refirió de una manera figurada y velada a la forma de su muerte futura (Mateo 17:10-12, 22-23; Marcos 9:12, 13; 14:18-21), más, en Cesarea de Filipo, les manifestó , con toda claridad a sus discípulos que debía sufrir y morir. Les advirtió de antemano acera de esta realidad, para que su fe no naufragara a raíz del golpe de la crucifixión (Marcos 8:31; 9:31; 10:32).

Les explicó el significado de su muerte. Ellos no debían considerarla como algo infortunado e imprevisto o una tragedia a la cual debían resignarse, sino que debían considerarla como una muerte expiatoria a causa del pecado del hombre. “El Hijo del hombre vino a dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28; 1 Timoteo 2:6). En la última cena les dio instrucciones a sus discípulos referentes a la futura conmemoración de su muerte, acto supremo de su ministerio. Ordenó el rito de la Santa Cena para conmemorar la redención de la humanidad del pecado, de la misma forma que la Pascua conmemoraba la redención de Israel del yugo egipcio. Aunque los discípulos, en aquellos momentos previo a la muerte de Jesús estaban incapacitados para comprender y sus mentes no asimilaban ese pensamiento (Lucas 24:16 y 45), sin embargo después de Su resurrección, ellos llegaron a entender que “Cristo murió por nuestros pecados”, de lo cual dieron testimonio.

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